Me encontraba en la capital
y viajaba en taxi con un amigo. Cuando nos bajamos del taxi, mi amigo le dijo
al conductor:
- Gracias por el viaje.
Condujo de maravilla.
El taxista se sorprendió
durante un segundo y preguntó:
- ¿Se cree muy inteligente
o algo parecido?
- No, querido amigo, no
intento tomarle el pelo. Admiro la forma como se mantiene controlado en medio
del tráfico pesado.
- Si, si, como no, dijo el
taxista, y partió.
¿Qué fue todo eso?,
pregunté.
- Intento traer de nuevo el
amor a la capital, respondió él. Creo que es lo único que puede salvar la
ciudad.
¿Cómo puede un hombre
salvar la capital?
- No es un hombre. Creo que
logré que el taxista tenga un buen día. Supongamos que hace 20 viajes. Va a ser
atento con esos veinte pasajeros, porque alguien fue amable con él. Esos
pasajeros a su vez serán más amables con sus compañeros o con sus vendedores o
con sus meseros o, incluso, con sus propias familias. Finalmente, la buena
voluntad se extenderá al menos hacia 1.000 personas. Eso no es malo, ¿no lo
crees así?
Sin embargo, cuentas con
que ese taxista extienda tu buena voluntad hacia otras personas. No depende de
eso, respondió mi amigo. Estoy consciente de que el sistema no es infalible y
que puedo tratar con 10 personas diferentes hoy. Si entre las 10 puedo lograr
que tres sean felices, entonces, finalmente, puedo influenciar de manera
indirecta las actitudes de 3.000 más.
Suena bien en teoría,
admití, pero no estoy seguro que dé resultado en la práctica. No se pierde nada
si no da resultado, y muchos menos con intentarlo. No me quitó tiempo decir a
ese hombre que hacía un buen trabajo. No recibió una propina mayor ni una
menor. Si mis palabras encontraron oídos sordos, ¿qué puede suceder? Mañana
habrá otro taxista a quien pueda intentar hacer feliz.
Estás un poco chiflado,
opiné. Eso demuestra lo cínico que has llegado a ser. Llevé a cabo un estudio
sobre esto. Lo que parece faltar a muchos empleados, además del dinero, por
supuesto, es que nadie dice a las personas que trabajan en las empresas el buen
trabajo que desempeñan. Muchas veces creen que no están haciendo un buen
trabajo. No lo están haciendo porque sienten que a nadie le importa si lo hacen
o no.
¿Por qué alguien no debe
dirigirles unas palabras amables? Pasamos frente a una construcción y junto a
cinco trabajadores que almorzaban. Mi amigo se detuvo. Es magnífico el trabajo
que están haciendo, les dijo mi amigo. Debe ser un trabajo difícil y peligroso.
Los cinco hombres miraron con sospecha a mi amigo.
¿Cuándo estará terminado?
En junio, respondió un
hombre. ¡Ah! Es en verdad impresionante. Todos deben estar muy orgullosos. Cuando
esos hombres comprendan mis palabras, se sentirán mejor por eso. De alguna
manera, la ciudad se beneficiará con su felicidad. ¡No puedes hacer esto solo!,
protesté. Eres sólo un hombre. Lo más importante es no desanimarse.
Lograr que la gente en la
ciudad sea amable de nuevo no es trabajo fácil, pero sí puedo conseguir que
otras personas tomen parte de mi campaña… Acabas de guiñarle el ojo a una mujer
poco atractiva, opiné. Sí, lo sé, respondió él. Si es una maestra de escuela,
su clase tendrá un día fantástico; si es una secretaria, su jefe se sentirá muy
bien atendido hoy; y si es una madre, le dará más cariño hoy a su hijo y a su
pareja…
¿Cuento contigo?
La historia es tomada del
libro “Amor al trabajo”. Y el escrito pertenece a Art Buchwald.
Por si tiene alguna duda,
escuche a la Madre Teresa:
“Nunca considero que las
masas sean mi responsabilidad. Miro a la persona. Sólo puedo amar a una persona
a la vez. Sólo puedo alimentar a una persona a la vez. Sólo a una, una, una…
Por lo tanto, ustedes empiezan y yo empiezo. Elegí a una persona.
Tal vez, si no hubiera
elegido a esa persona, no habría elegido a 42.000. Todo el trabajo es sólo una
gota en el océano. No obstante, si yo no hubiera vertido esa gota, el océano
tendría una gota menos. Lo mismo sucede con ustedes, con su familia, con la
iglesia que visitan… uno, uno, uno…”.